domingo, 25 de octubre de 2009

Piratas


Llevo todo el fin de semana intentando desocuparme de obligaciones apremiantes para leer La isla del tesoro, y apenas he logrado llegar a la mitad.
Reconozco que nunca me había llamado la atención esta obra, que compré este verano en el lote de lecturas stevensonianas con las que pretendía preparar el viaje a Escocia. Luego no me dió tiempo a leerla, y ahora por la tesis tengo que hacerlo. Por la tesis y por amor propio. Resulta que en Escocia me leía la biografía que sobre Stevenson escribió Chesterton, en edición de Pre-Textos y traducción de Aquilino Duque (por cierto: espectacularmente buena, de las mejores que he leído en toda mi vida) y le comenté a mi prima Lucía que tenía muchas ganas de leer a Stevenson a raíz de la biografía. Y me contestó: "¿Pero qué ha escrito Stevenson? La isla del tesoro, que nos la hemos leído todos a los diez años y El Doctor Jekyll y Mr. Hyde, poco más"

Ahora comprendo que quizá debí leerla a los diez años. Con treinta, una sabe que John Flint es el malo desde antes de que aparezca en escena, la primera vez que el squire le nombra. Y me cuesta avanzar en la trama, porque a esta edad mía ya no me resulta creíble que un niño sea tan espabilado como el protagonista... tendría que tener yo la edad de Jim. Lo que me permite avanzar una teoría para mi tesis: la literatura infantil se distingue de la adulta no en que sólo deba leerse en la infancia, puesto que si es verdadera literatura tiene que admitir posteriores relecturas toda la vida adulta; sino en que se lee mejor si la primera lectura se hace en la infancia.

Y aunque me cueste avanzar, qué peso tienen las palabras en la obra, no sobra una sílaba, qué hallazgos hasta musicales: Quince hombres en el cofre del muerto/ yo-hoo y la botella de ron...

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