lunes, 6 de septiembre de 2010

Renacimiento: atando cabos


En agosto leía las Últimas cartas de Tomás Moro, el mejor Renacimiento.

Acabé el mes yendo a ver la exposición de Ghirlandaio en el Thyssen: qué maravilla.

Y el lema en latín, pintado detrás de la figura: he olvidado casi todo lo que supe, pero hice una traducción libre y disfruté pensando que era eso lo que ponía.

La concepción del arte y los artistas que tenemos, todavía hoy, es claramente renacentista.

Y luego me llegó otro texto latino para traducir, una inscripción de Ugo da Carpi en una obra para la que le había cedido el motivo Rafael: y qué hermosa protección contra el plagio, por primera vez colándose en el arte la idea de la originalidad personal, la genialidad del artista individual, cuestiones todas que hubieran escandalizado a un medieval, creo.

Y para la tesis he consultado El diseño de libros del pasado, del presente y tal vez del futuro. La huella de Aldo Manuzio (de Enric Satué, Salamanca, 1998) y allí estaba todo otra vez: Venecia (pero también Florencia), el anhelo de universalidad, tocar todos los palos, no esta fragmentación de la hiperespecialización postmoderna. Y el anhelo de la belleza, y otra vez Ghirlandaio.


El Renacimiento me persigue...

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